Esta etapa se distingue por la maduración de la conciencia del yo, es decir, de la reflexiva conciencia de sí mismo. Una mezcla de idealismo en los principios y de inconstancia en el carácter, de inexperiencia, de sentimiento de la propia fuerza y de complejos de inferioridad; de sobrevaloración de sí mismo y de cobardía ante los hombres, de ausencia de candidez y de infantilismo.
Existe en esta etapa, un instinto de libertad que va acompañado con demasiada frecuencia de una preocupación hipersensible por asegurar el ejercicio del libre albedrío, entendido todavía de un modo bastante externo, y de una tendencia a la terquedad y a rebelarse contra toda limitación y freno.
Es obvio que las características psicológicas de la juventud no dejan de tener incidencia social. El joven se reconoce como distinto, y, por tanto, reacciona. De ahí que, sociológicamente, se tienda a relacionar a la juventud con la actitud de insatisfacción y rebeldía. En ese punto insisten diversos sociólogos contemporáneos que ven en ello, además, una consecuencia de la aceleración histórica que trae consigo el desarrollo tecnológico con los cambios que produce y la consiguiente facilidad de mayores conflictos generacionales.
La moda suele estar dirigida primordialmente al gusto juvenil, razón por la cual ambos conceptos suelen vincularse. Es cierto que los jóvenes que aún no ejercen actividad remunerada, reciben de sus progenitores cierta asignación semanal o mensual para sus gastos. De este modo poseen cierto poder de compra, que es explotado y constituye un auténtico mercado específicamente juvenil: bebidas, discos, revistas, trajes, etc. Este poder de compra de los jóvenes configura a la juventud como un evidente mercado de diversiones, de cosas no necesarias en sí mismas, pero que favorecen la creación de nuevas industrias.
Se advierte de otra parte, y como consecuencia de factores muy complejos, una cierta debilitación, y en ocasiones crisis, de la autoridad familiar, y, a veces, de los valores. De ahí la tendencia de sectores de la juventud que actúan como si pretendieran crear una cultura autónoma, desligada de la tradición precedente o en polémica con ella. Crean sus propias canciones, inventan sus propios vestidos e incluso sus propios vicios y virtudes, que quieren que sean diferentes a los de una sociedad que no les gusta. Surgen movimientos que son manifestación de un deseo de tomar responsabilidades y hasta de protagonizar el rumbo de la historia, y, otras veces, de simple protesta. La fiebre de vivir que siente parte de la juventud es la manifestación dinámica y agresiva de una real inadaptación social.
Así, el comportamiento colectivo de los jóvenes, tiene importantes efectos sobre la cultura de las sociedades y las transformaciones de los valores y costumbres. Frecuentemente los movimientos juveniles asumen formas contraculturales, cuestionando activamente ciertos valores sostenidos por la generación de sus padres, generando conflictos entre generaciones.
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