No es por azar que, hacia 1956-58, el cine mexicano descubra la existencia de un universo propio de los adolescentes. Para explicar ese fenómeno, pueden analizarse razones de diversas procedencias: sociales, económicas y sexuales.
En cuanto a las sociales, en esta época la delincuencia juvenil aumenta considerablemente. Los diarios brindan gran resonancia a los desmanes y escándalos de los adolescentes. Los actos gratuitos de los “juniors” de la clase en el poder se hermanan con la asociación delictuosa de pandillas de barrio bajo, que son llamadas de “rebeldes sin causa”. Empiezan a proliferar en la época, estudios, encuestas, campañas y redadas para frenar el “desquiciamiento de la juventud”.
En el aspecto económico, el cine mexicano debe competir, en cualquier terreno, con los gustos impuestos por el cine de Hollywood. Los éxitos de El salvaje de Lazlo Benedeck, con Marlon Brando, de Al este paraíso de Elia Kazan, con James Dean o del filme de Nicholas Ray Rebeldes sin causa, deben repetirse en beneficio de la rumiante industria nacional. Además, la veta virgen resulta excitante. Si los adolescentes forman un sector muy importante del público asistente a los cines y exigen la posibilidad de proyectar sus afanes e instintos sobre personajes de su misma edad, se trata de una circunstancia aprovechable.
Asimismo, las películas sobre el mundo de los adolescentes irrumpen en el cine mexicano inmediatamente después de la serie de filmes con “desnudos artísticos”. Siempre el cine mexicano, había empezado a balbucear la palabra “sexo”. El cuerpo femenino y, ahora, la enunciación de los conflictos eróticos de los adolescentes, representan dos mínimas formas de escape que pueden permitir en envilecimiento pequeñoburgués.
“No obstante, las películas de adolescentes del cine mexicano casi nunca rebasan los lineamientos del melodrama tradicional que rápidamente las asimila. La clase media posee, entonces, otro motivo de goce al ver como sus descendientes se apartan torpemente del buen camino; sabe que a fin de cuentas su moral no será trasgredida y los jóvenes, abrigándose en ella, encontrarán su salvación.” (Ayala Blanco, 1968: 192)
Así, el cine nacional en el sexenio Ruizcoritinista, halló la veta de una juventud agringada, inconforme y siempre amenazante, cuya culpabilidad podía ser compartida con los padres, pues éstos, desentendidos de la educación de sus hijos, los encauzaban hacia el rock and roll, las chamarras de cuero y el sexo sin ataduras. Pero también cabían otros jóvenes cuyos problemas no eran más complejos que ir a un baile juvenil, un partido de futbol o una fiesta de quince años; finalmente se abría Paso a la juventud (Martínez Solares, 1957). La amenaza del ruido rockero era el pretexto de La locura de Rock and Roll (Méndez, 1956). Al compás del Rock and Roll (Díaz Morales, 1956) y la curiosa Los chiflados del Rock and Roll (Díaz Morales, 1956. A su vez, los encuentros entre el Poli y la UNAM aparecían como alegoría de los enfrentamientos entre padres e hijos en ¡Viva la juventud! (Cortés, 1955).
“La moral conservadora que engendró a estos monstruos con acné y tobilleras, no encontró mejor solución que la experiencia adulta, la del padre de familia, el sacerdote, el maestro o de un comprensivo psicólogo.”(Gustavo García, 1997:37)
Fue Alejandro Galindo quien, al diseccionar la urbe y la familia clase mediera, enfrentó con alto sentido cívico los problemas de esa Edad de la tentación (1958), pero su primera preocupación había sido la virginidad de las adolescentes en Y mañana serán mujeres (1954). Productores, guionistas y público se preguntaban ¿Con quién andan nuestras hijas? (1955), indagaban El caso de una adolescente (1957) –ambas de Gómez Muriel- y protegían a la Quinceañera (Crevenna, 1958). Todo era válido, incluso un terremoto que salvaba de la ruina moral a varias atractivas Señoritas (Méndez, 1958), para convertirlas más tarde en Chicas casaderas (Crevenna, 1959). Galindo enfocó su discurso hacia la salvaguardia de esa juventud amenazada por una sociedad en la cual circulaban sin dirección divorciadas, hampones, drogadictos, estudiantes huelguistas y muchachas de cascos ligeros. “¿Su hijo lo quiere?”, “¿su hijo lo respeta?, “¿su hijo es su amigo?”, inquiría la publicidad de La edad de la tentación, sugiriendo un microsomos familiar de represión sexual con el que el cineasta replanteaba la fórmula de un cine juvenil y una apología de jóvenes descarriados, sin afecto ni comprensión familiar, condenados a ser Los hijos del divorcio (De la Serna, 1957). Galindo se percató de que Ellas también son rebeldes (1959); las jovencitas en una sociedad corrupta y materialista, requerían no sólo de padres atentos sino de un psiquiatra.
A partir de 1963, el cine de adolescentes decae; o mejor dicho, evoluciona. Los problemas sexuales quedan sustituidos por las voces melosas de los baladistas de moda. El género, ya desnaturalizado, cobra un segundo impulso. Es la era de los César Costa, Enrique Guzmán, Angélica María, Alberto Vázquez: los “ídolos de la juventud”. Este cine juvenil, incapaz de alcanzar la mayoría de edad, dio un giro que marca el debut del guionista español Luis Alcoriza, con Los jóvenes (1960), un intento serio de exponer al adolescente como un ser complejo y contradictorio.
En cuanto a las sociales, en esta época la delincuencia juvenil aumenta considerablemente. Los diarios brindan gran resonancia a los desmanes y escándalos de los adolescentes. Los actos gratuitos de los “juniors” de la clase en el poder se hermanan con la asociación delictuosa de pandillas de barrio bajo, que son llamadas de “rebeldes sin causa”. Empiezan a proliferar en la época, estudios, encuestas, campañas y redadas para frenar el “desquiciamiento de la juventud”.
En el aspecto económico, el cine mexicano debe competir, en cualquier terreno, con los gustos impuestos por el cine de Hollywood. Los éxitos de El salvaje de Lazlo Benedeck, con Marlon Brando, de Al este paraíso de Elia Kazan, con James Dean o del filme de Nicholas Ray Rebeldes sin causa, deben repetirse en beneficio de la rumiante industria nacional. Además, la veta virgen resulta excitante. Si los adolescentes forman un sector muy importante del público asistente a los cines y exigen la posibilidad de proyectar sus afanes e instintos sobre personajes de su misma edad, se trata de una circunstancia aprovechable.
Asimismo, las películas sobre el mundo de los adolescentes irrumpen en el cine mexicano inmediatamente después de la serie de filmes con “desnudos artísticos”. Siempre el cine mexicano, había empezado a balbucear la palabra “sexo”. El cuerpo femenino y, ahora, la enunciación de los conflictos eróticos de los adolescentes, representan dos mínimas formas de escape que pueden permitir en envilecimiento pequeñoburgués.
“No obstante, las películas de adolescentes del cine mexicano casi nunca rebasan los lineamientos del melodrama tradicional que rápidamente las asimila. La clase media posee, entonces, otro motivo de goce al ver como sus descendientes se apartan torpemente del buen camino; sabe que a fin de cuentas su moral no será trasgredida y los jóvenes, abrigándose en ella, encontrarán su salvación.” (Ayala Blanco, 1968: 192)
Así, el cine nacional en el sexenio Ruizcoritinista, halló la veta de una juventud agringada, inconforme y siempre amenazante, cuya culpabilidad podía ser compartida con los padres, pues éstos, desentendidos de la educación de sus hijos, los encauzaban hacia el rock and roll, las chamarras de cuero y el sexo sin ataduras. Pero también cabían otros jóvenes cuyos problemas no eran más complejos que ir a un baile juvenil, un partido de futbol o una fiesta de quince años; finalmente se abría Paso a la juventud (Martínez Solares, 1957). La amenaza del ruido rockero era el pretexto de La locura de Rock and Roll (Méndez, 1956). Al compás del Rock and Roll (Díaz Morales, 1956) y la curiosa Los chiflados del Rock and Roll (Díaz Morales, 1956. A su vez, los encuentros entre el Poli y la UNAM aparecían como alegoría de los enfrentamientos entre padres e hijos en ¡Viva la juventud! (Cortés, 1955).
“La moral conservadora que engendró a estos monstruos con acné y tobilleras, no encontró mejor solución que la experiencia adulta, la del padre de familia, el sacerdote, el maestro o de un comprensivo psicólogo.”(Gustavo García, 1997:37)
Fue Alejandro Galindo quien, al diseccionar la urbe y la familia clase mediera, enfrentó con alto sentido cívico los problemas de esa Edad de la tentación (1958), pero su primera preocupación había sido la virginidad de las adolescentes en Y mañana serán mujeres (1954). Productores, guionistas y público se preguntaban ¿Con quién andan nuestras hijas? (1955), indagaban El caso de una adolescente (1957) –ambas de Gómez Muriel- y protegían a la Quinceañera (Crevenna, 1958). Todo era válido, incluso un terremoto que salvaba de la ruina moral a varias atractivas Señoritas (Méndez, 1958), para convertirlas más tarde en Chicas casaderas (Crevenna, 1959). Galindo enfocó su discurso hacia la salvaguardia de esa juventud amenazada por una sociedad en la cual circulaban sin dirección divorciadas, hampones, drogadictos, estudiantes huelguistas y muchachas de cascos ligeros. “¿Su hijo lo quiere?”, “¿su hijo lo respeta?, “¿su hijo es su amigo?”, inquiría la publicidad de La edad de la tentación, sugiriendo un microsomos familiar de represión sexual con el que el cineasta replanteaba la fórmula de un cine juvenil y una apología de jóvenes descarriados, sin afecto ni comprensión familiar, condenados a ser Los hijos del divorcio (De la Serna, 1957). Galindo se percató de que Ellas también son rebeldes (1959); las jovencitas en una sociedad corrupta y materialista, requerían no sólo de padres atentos sino de un psiquiatra.
A partir de 1963, el cine de adolescentes decae; o mejor dicho, evoluciona. Los problemas sexuales quedan sustituidos por las voces melosas de los baladistas de moda. El género, ya desnaturalizado, cobra un segundo impulso. Es la era de los César Costa, Enrique Guzmán, Angélica María, Alberto Vázquez: los “ídolos de la juventud”. Este cine juvenil, incapaz de alcanzar la mayoría de edad, dio un giro que marca el debut del guionista español Luis Alcoriza, con Los jóvenes (1960), un intento serio de exponer al adolescente como un ser complejo y contradictorio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario